La muerte repite la firma.
En el más secreto escondrijo aparece su arabesco letal.
Debajo de la rosa, en el finísimo poro
que la luz repleta.
En cada glorioso hijo del mar.
En todas las mejillas que la brisa cándida besa.
Su muesca oscura está indeleble.
Aún en el sínodo luminoso de los astros
perecibles.
Y yo la leía.
Pronto vendría a reclamar lo suyo.
Bucles del cielo también hay;
oleajes hacia arriba;
risueñas pupilas celestes
asoman en medio de la mortandad:
Son avisos de la buena nueva.
Para estos filos rodeantes
están los pequeños paraísos que nos miran
y consuelan.
Es la rúbrica de la vida
que coronará lo viviente.
La enredadera de la esquina,
tiene su secreta inmortalidad que la brota
y la conforma.
Como la esencia de mi acacia que la impulsa a volver.
Son los restos y los inicios.
Vive, corazón, por ellos.
2006
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