En la hora del exterminio nací. Me
acogieron
llamaradas frías.Estaba
preparado
mi camino en bajada. Un
aguacero continuo
me esperaba y bajo él jugué
vistiendo muñecas.
Desde que me puse de pie ya
estaba señalado
donde y como debía
poner el pie esclavo.
No existía para mí el
"yo quiero".
Parecían mortajas pequeñitas
mis vestidos
de organza. Y yo extendía las
manos y reía
y quería ser princesa.
Y era mi madre el astuto
cancerbero
y era la patria el patio del
cancerbero.
Solícitos vinieron los
verdugos,
algunos para desposarme.
Querían estrujarme para sacar
mis jugos como
a otro limón desamparado.
Y robarme el tiempo, el
tiempo donde todo rema,
donde crece y se extiende la
copa vigorosa
como la de los árboles
frondosos.
Las horas sagradas donde se
escribe el poema
me las querían quitar como
asaltantes.
Al servicio de la especie, me
dijeron.
Yo estaba al servicio de la
especie y mi razón de existir
era acunar nuevos esclavos.
Ni nombrar ser poeta a
no ser
que sea una vergüenza para
el Verbo:
una señora parlante;
que hace panegíricos a las
rosas de su patio,
a su nuera y a su nieta
y recita sus poemas. Afuera
llueve
y la poesía se acongoja y sale
huyendo.
En una palabra: querían que
dejara de ser hombre,
que renunciara a ser HOMBRE
y palpar el universo
desde sí mismo,
como todo hombre habría de
hacerlo.
Y así crear Belleza
como todo lo viviente.
Y hasta la más humilde hierba
eleva su flor, reclamé .
Menos la mujer, la
muriente, le dije al mundo.
Y el mundo me odió por esto.
Chile, Quilpué, 21 de Julio del 2007.
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