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MI HERMANA, LA POETA.

ANA MARÍA VEAS GONZÁLEZ,  poeta de Valparaíso nació en Noviembre de 1947 y desde que conoció el ejercicio de escribir empezó a deleitar a sus padres con inocentes cuentos que encantaban a la familia. Ya en el colegio y con la guía de una hermosa profesora de castellano que vio en ella un diamante en bruto, pudo ir puliendo sus ideas para ponerlas en sus cuadernos adolescentes. Y, tempranamente, leyó y leyó a poetas españoles, latinoamericanos que influyeron en su amor, cada vez mayor, a la poesía.

Ya en la Universidad de Chile, Pedagógico porteño, su obra creadora se fue dando a conocer en talleres poéticos, concursos universitarios e incluso internacionales.

Su obra abarca, principalmente, la poesía, pero también el cuento de terror, eróticos, infantiles, místicos y numerosos ensayos.

Desgraciadamente tuvo que sufrir el golpe de Estado, acá en Chile año 1973 y la Dictadura, perdiendo los años de estudiante de Filosofía y su salud... como muchos. Eso afectó, en lo material, sus posibles publicaciones, sin embargo el dolor y la tristeza y la soledad dieron como fruto poemas profundos nacidos de sus solitarias heridas.

Su manejo del lenguaje riquísimo denota preocupación por la estética y la forma en que va a expresar su creación poética. La realidad, la mística, la ficción están presentes junto a la ironía, la tristeza, la denuncia social, la ausencia del amor.

Actualmente y a pesar de una enfermedad que más la aisla del mundo, sigue escribiendo con dificultad, pero su mente prolífica no detiene su talento creador. Ésa es mi hermana, en una breve síntesis, de su vida y su obra que realizo con orgullo.

Ella es: ANA MARÍA VEAS GONZÁLEZ, poeta chilena.

 

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NOCTURNO UNO.-

Algo me posee, tal vez soy el abalorio de un dios maligno; el arleguín roto de un corazón de estalactita. Un río despiadado me tiene. Estoy dentro de una pupila. En vano golpeo los vidrios del aire. Es la noche. Está de nuevo su cabellera extendida como un ábano; como una bandera de luto flameando en el ártico. Yo elevo sonrisas, entonces, como campanadas en un blanco desierto; ellas alegran los álgidos pájaros del silencio. Sé que he resbalado hoy de un corazón pletórico, pero no me abriga el universo, los racimos de astros no me consuelan. La hermosura de la mirada del perro es la única llama, pequeña y dócil, en esta inmensa extensión lívida en donde yazgo. Tal vez, la pena, que incuba tantos abrazos, me envíe alguna vez una de sus olas vivientes y en su tibieza pernocte. Me clave su pletórico baile como en las selvas la mano del sol bulle y agita la verde sangre. Entonces diré que este hielo fiel ha quedado viudo... En esta fe mi corazón se ovilla como el último cordero.